Hoy
en día escucho a muchas personas protestando por el sentido mercantil que ha
adquirido la navidad. Esto es, en parte, entendible dado que medimos cuánto nos
quieren nuestros amigos y familiares basados en los regalos que recibimos. La
navidad debería ser la conmemoración del cumpleaños de “baby Jesús” literalmente
a las 12:00 p.m. no una fecha especial para Phil de mercadotecnia. La biblia
nos dice que Jesús de Nazaret nació en Belén el 24 de diciembre del año cero.
Ese día tres pastores, y uno que se perdió en el camino, fueron dirigidos por
Rudolph, el reno de la nariz roja, hasta dios, es decir su hijo.
Contrariamente
a lo que nos enseñaron en la clase de historia en los centros de
adoctrinamiento la escuela, el verdadero sentido de la navidad no son ni
Jesús ni los regalos. El valor trascendente de esta fecha se lo debemos a las lucecitas
que prenden y apagan. Y es que solo 20000 de ellas logran que un donnadie de
Australia salga en la historia central de CNN.
Para
demostrar esto basta con hacer las siguientes pruebas. Primero diremos a
nuestros allegados que nos hemos convertido en ateos y no deseamos participar
en ninguna de las celebraciones religiosas, ellos quedarán sorprendidos, pero
finalmente lo aceptarán y seguiremos la navidad con percances menores. Acto
seguido, crearemos alguna historia para justificar la desaparición de los
regalos, ya sea algo sencillo como “me robaron”, “los doné a la caridad” o un
“me engañaron los súbditos del rey de Nigeria”. Serán unas festividades poco
alegres, pero estaremos rodeados de quienes queremos. Claro está sin saber exactamente
cuánto nos quieren.
Ahora,
díganle a alguien que no desean tener lucecitas que prenden y apagan por
cualquier razón ecológica, grinchesca o pura y llana pereza de sacar los
adornos navideños de quién sabe dónde. El resultado será que, no solo ya te
olvidaron, sino que te sacan los ojos y te dirán ¡ALTAMENTE! hijueputa.