La
religión, la política, la guerra, los deportes, el amor, el odio, etc. todos
ellos desatan grandes pasiones en los seres humanos. Algunas llevan a la
destrucción y al caos, otras conducen a la locura colectiva. Sin embargo, ninguna
es capaz de desatar tantas pasiones como McDonald’s. Ya sea que estemos a favor
o en contra, en el momento que oímos una opinión diferente sobre la cadena de
comidas rápidas, el simple parecer adquiere súbitamente el nivel de un dogma y
como tal hay que defenderlo hasta las últimas consecuencias.
Primeramente,
están los felices consumidores quienes alegres e inocentes visitan al payaso,
amigo de todos, Ronald McDonald, con una única e inofensiva finalidad: saciar
el hambre. Es un lugar con instalaciones amplias, precios justos, servicio
veloz, una calidad que no cambia, higiene y un menú diverso que cambia y mejora
al otorgar cada vez productos más sanos como jugos, frutas y ensaladas.
Por
el contrario, están quienes, sin ser obligados a consumir hamburguesas, odian a
la cadena, ya que al poseer un negocio exitoso a nivel mundial con un atractivo
para cualquier cultura, ha relegado a sus restaurantes vegetarianos al fracaso
absoluto. Además de asumir que las
vacas y los pollos no solo no quieren ser comidos,
sino que al no
comer carne salvan a los animales.
Ser
indiferente frente a los juguetes de la cajita feliz de McDonald’s es
¡ALTAMETNE! hijueputa.
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